EL DECÁLOGO DE LA FELICIDAD
1. ¿La felicidad son momentos de alta felicidad o es algo más estable, de fondo? Si quieres saber lo que es la felicidad piensa en lo que deseas para tus hijos. ¿A tus hijos les deseas una vida con muchos picos de placer... o una vida plena, llena de satisfacción, armonía, calor humano y retos conseguidos?
2. La felicidad no es fácil de entender. Hay pobres felices y ricos infelices. Eso sí, ser rico te quita bastantes obstáculos. No todos ni mucho menos, pero los suficientes como para que sea un problema la excesiva desigualdad que hay en nuestras sociedades.
3. Ser feliz importa, pero no es ni lo que más ni lo único que importa. El que se traiciona a sí mismo al tratar de ser feliz, nunca encontrará lo que busca.
4. Es muy difícil ser feliz si no sabes, o no te permites, disfrutar. Pero cuidado con el polo opuesto: también serás infeliz si no eres capaz de renunciar, o retrasar, un disfrute en un momento dado. O si no te permites sentir tristeza o enfado con naturalidad, sin reprimirlo ni ocultarlo. La felicidad es en realidad una cuestión de equilibrio.
5. Si trabajas por tu felicidad, pero también por la de los que te rodean y además te preocupas -te ocupas- de la felicidad de la sociedad en su conjunto, debes alegrarte: has sido capaz de superar el mito de la felicidad individualista.
6. No hay nada de malo en querer ser feliz, no dejes que nadie te devalúe por ello. Pero también es cierto que no hay nada de malo en no serlo. Cuando una aspiración se convierte en obligación, y la felicidad no deja de ser una aspiración más, deja de ser saludable.
7. Consumir por consumir no te va a hacer más feliz, pero tener más experiencias, compartir actividades, aprender y desarrollar hobbies sí te pueden ayudar mucho.
8. La vida tiene sus leyes, y no existe la vida feliz de principio a fin. Los problemas, las pérdidas, y las enfermedades rebajarán significativamente tu felicidad. Eso de que "la noche es oscura y alberga horrores" tiene algo de cierto, y más te vale aceptarlo. Además, tu felicidad del futuro dependerá en parte de la sabiduría y fortaleza que construyas en esos momentos, en los duros y difíciles.
9. La felicidad no permite atajos, no es un sprint, no es "fast food". Es una receta difícil, que se hace a fuego lento y probando diferentes combinaciones de ingredientes. Como cualquier plato el objetivo no es que salga perfecto (¡Todo es mejorable!) sino que sea lo suficientemente sabroso como para disfrutarlo compartiéndolo con los demás.
10. Y por último recuerda, si no puedes ser feliz, al menos no olvides hacer de tu vida algo que merezca la pena.
Como ser humano, mujer, madre, psicóloga y adherente a la psicología positiva -desde la lógica de aportar evidencia científica sobre las variables que explican el lado luminoso de las personas- rescato y destaco varios puntos de las reflexiones del profesor Hervás, especialmente todos aquellos que apuntan a que la felicidad no se trata de una meta individual, y menos aún, de un imperativo vital guiado simplemente por un instinto.
Prefiero pensar que la felicidad – o, mejor dicho, plenitud – es un estado que sólo se aprecia cuando hemos reflexionado sobre el sentido de nuestras vidas y de lo que nos rodea, cuando aceptamos que somos seres interdependientes, que necesitamos y queremos compartir y cooperar con otros, cuando somos capaces de recibir y entregar afectos y de entender que valoramos los buenos momentos en la medida que hemos vivido otros no tan buenos.
No imagino la verdadera plenitud humana si uno es consciente de que para que algunos tengan y posean más de lo que podrán necesitar en toda su vida, se dañe irreparablemente a la naturaleza que nos cobija y brinda todo lo que requerimos para la vida, o se tenga que competir para que algunos triunfen y otros pierdan, como muchas veces se malentiende o se manipula -en mi opinión- a Darwin.
Tampoco puedo pensar que nuestro propósito, como profesionales del comportamiento humano, sea el de facilitar la “autoexplotación” de las personas, tal como acusa Byung-Chul Han en “La Sociedad del Cansancio” empujándolas – ya sea desde el coaching, diversos tipos de entrenamientos, de publicaciones de autoayuda y de discursos repletos de frases de ingenuo positivismo- a exigirse cada día a ser más eficientes, productivas, competitivas y felices sin cuestionamientos ni darse espacio para experimentar el ocio ni las -mal llamadas- emociones negativas, como la pena o la rabia por ejemplo. Respecto a éstas últimas -dicho sea de paso- me parecen bastante positivas y necesarias, especialmente cuando al experimentarlas somos capaces de movilizarnos como sociedad para cambiar situaciones dolorosas e injusticias. Me imagino lo difícil que debe ser obligarse a sentirse feliz cuando has sido objeto de abusos o maltrato en tu infancia, cuando has sido discriminado por tu condición sexual, física, racial, social, económica o de género. O cuando has sido marginado de los beneficios que otros sí pueden disfrutar por el mero hecho de nacer en determinada cuna.
Es por todo lo anteriormente mencionado, y por el exceso de publicaciones y de profesionales que pregonan que todo es posible – tener más, ganar más, ser feliz, si te lo propones - que hago un llamado a mis colegas - y a mí misma- a respetar la libertad de las personas a no exigirse a ser felices, ni eficientes y a ponernos al servicio de aquellos que nos piden los acompañemos en el camino de pensar en el sentido de sus vidas y de cómo hacer que el paso por este mundo valga la pena para sí mismos y para el medio y la sociedad de los que somos parte.
¿Esto es una noticia positiva?, a mi parecer, si puedo decidir, sí.